jueves, 11 de junio de 2009

Persona, animal o cosa

A saber. Aprendimos todos (espero) que todo en este terruño tan maravilloso (pero terruño al fin) debía ser una de tres: persona, animal o cosa. Lo aprendemos rápido y tan bien (también) que al fin del día ya olvidamos las cuestiones propias de la plasticidad de los hechos y la nulidad de lo sólido y se convierte en Axioma, así, con todo y sus letritas negritas...y su mayúscula.

Resulta entonces que un día que en realidad era noche (debido talvez a los golpes de la Luna, o a que aquí en Cannes el sol se va a dormir tan tarde), me detuve a pensar en mis pensamientos y a medirlos (vanalmente, como quien mueve una roca o como quien dobla un diario...). Sorpresa grata la mia al ser conciente de mis pensamientos, al poder darme cuenta de mi empatía. Iba contento cargando mi sonrisa por los bares, por aquellas calles resueltas a cansarnos, por el mar. Talvez todo hubiera sido felicidad si no fuera porque llegué al punto en el qué pensé "y qué es lo que pienso" (como les decía, en un contexto plástico, así como el sabor de galletas, como oler una almohada) ¿Qué es un pensamiento? ¿Persona, animal o cosa?. Ciertamente persona no es (aunque uno que otro me juega malas pasadas) y animal... mucho menos (los animales no son malintencionados...).

Cosa. Debían ser eso: cosas. Entonces tomé un canasto (de aquellos que dejan aún hoy afuera de las tiendas de almejas del marelungo), y los puse ahí, contento de tenerlos, de verlos, de contarlos.

Anduve así por un rato, con mi canasta de pensamientos, bellos (los feos los ponía debajo), intentando lucirlos así, tan "naturales" (mire señor cura, mire madame, "¿que a cuánto los ofrezo?", que de a dos y de a tres). Anduve así otro tanto, mirando mirando, cuando noté que los brazos lívidos decían "no más, no más". Había ya llegado a casa. Entré.

Dejé la canaste enorme al lado de la recámara, busque un vaso de te (el de duraznos), y me fui a dormir. Qué bellos se veían esos pensieros, qué afortunado aquél que los emite, los cuenta, los deposita, los luce. Qué triste que nadie más los pueda ver, sentir, y las ansias de quererlos compartir y celar, de quererlos ver palabras, de tener diez mil canastos.

Empezó entonces la fábrica de sueños, fabricando muchos más. Grande sería mi sorpresa al despertar luego con una cabeza enorme, llenar (seguramente) de muchos más pensamientos, de ideas tan hermosas que debían ser proclamadas, exaltadas, compartidas y convertidas en parte de algún himno nacional. Pensé en un modo de aminorar las dimensiones de mi cabeza y recurrí a la fábrica de palabras..(que también son cosas... dado el razonamiento). Empecé a crear cosas, llené mi dormitorio con palabras grises y rosas, verdes, algunas amarillas, otras con sabores.

Me moví a la estancia, hice una nueva maceta de palabras para el viejo helecho, corrí al comedor y pronto había recubierto la mesa y sillas con bellos manteles de palabras, todas juntas, todas con ojos saltones. Ahora eran las escaleras, los pasillos, el cuarto de servicio... mis invitadas feroces se balanceaban sobre anaqueles y lámparas, todas juntas, con ojos saltones..... todas repitiendose, todas diciéndose, incansablemente, chocando unas con otras, como en una autopista de locos.

Pronto me di cuenta de que de algún modo esas "cosas" habían invadido mi casa, y no sólo eso, pues me habían llevado con ellas a algún lugar lejano, pero conocido. Un lugar donde cada palabra estaba dentro de otra, donde parecían juntarse, aplastarse, y yo en medio... como uno más.

Recordé, con lo último de capacidad de oirme a mi mismo entre tanto murmullo, que yo ya sabía de un lugar así. Que mi grata empatía me había permitido "ya" ver algo similar. Que ahora podía ver cómo me tapaban palabras, como veía el filo de un cesto allá, arriba, que se aleja ... porque me tapa el "conciente", "dador" y "bueno con los ancianos". Me doy cuenta de que todo se vuelve sobre todo, o lo que es lo mismo decir: todo se vuelve empático y cambia de lugar, mis palabras se vuelven mi casa, y estas me llevan al cesto, y el cesto me lleva a las pensamientos y .... y....

A la mañana siguiente el señor cura pasó por mi casa, llevaba una hogaza de pan, de aquellas de grano duro (que me gustan más que la baguette), llevaba un "buenos días amable joven", "hablan mucho de usted en el pueblo y en el marelungo". Un Axioma recién levantado abrió la puerta, rascó su letra mayúscula. Un pensamiento ahogado quiso gritar algo.

Ahora, ¿soy persona, animal o cosa?


JAvo

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